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Apostillas de un asado.


Supóngase que usted vive o se encuentra en una pequeña ciudad del interior de Argentina y, en circunstancias particulares, padece un accidente de tránsito. Varios golpes, raspones y magullones de distinta índole y consideración determinan su ingreso a la sala de guardia de un hospital público, tras lo cual debe ser trasladado a un centro de mayor complejidad. Sin embargo, el uso de la ambulancia es una exclusiva prerrogativa de quienes no cuentan con seguro médico.

En ese momento ocurre un hecho de excepción, ciertamente, algo muy raro en los tiempos que corren hoy, pero que en comunidades de este tipo, todavía al margen de los graves problemas de inseguridad, las personas que allí habitan desarrollan y promueven entre sí: la paciente del gabinete contiguo ofrece su familia para el traslado. La subsistencia y firmeza de algún acto ―cualidad que poseen algunas realidades, consideradas bienes, por lo cual son estimables— enaltece valores como la solidaridad y el respeto al prójimo.

Cumplidas las formas de cortesía acordamos continuar la incipiente relación y compartir una costumbre usual en la sociedad de marras, un asado con el grupo de amigos en acuerdo a las pautas sociales. Solo hombres que comparten distintas inquietudes, sobre todo, intereses de lo que luego sería el verdadero trasfondo: la política.

En este sentido, la otra cara del gesto fraternal que finalmente los divide, separa y enfrenta en radicales antagonismos. Un contrapunto que sopesa la balanza, a veces, en favor de los valores urbanos, y a veces, en su contra; esto último, especialmente caracterizado por la contrariedad u oposición sustancial de doctrinas y opiniones.

Sabiamente advertido sobre la ideología subyacente (el leitmotiv que aglutina a sus integrantes, una rara fusión de encendido kirchnerismo y la idolatría por Ernesto Guevara de la Serna, el Che.) puse especial atención al cuidado de mis dichos. Mi invitador introdujo un tema de gran actualidad, las cámaras de vigilancia en los puntos estratégicos de la ciudad y, en seguida, acompañó su introducción con una sentencia, posponer el sistema hasta que pudiera solucionarse un intento fallido de la puesta en marcha anterior. Luego de escuchar, pregunté a mis interlocutores qué pensaban los contribuyentes acerca de implementar ese tipo de servicios, puesto que, en última instancia y como siempre sucede, son ellos quienes deben afrontar las erogaciones del municipio.

Casi sin respirar reaccionaron dos participantes del evento: el uno, Secretario de Gobierno y Relaciones Institucionales, el otro, Subsecretario de Cultura y Educación. El primero afirmó que los actos de gobierno no necesitan de ninguna compulsa popular; el segundo arrojó con suficiencia: así es la forma republicana de gobierno; sin más ni más, todo quedó al descubierto (ambos funcionarios, bajo la tutela del Intendente, fueron puestos en funciones por su jefe administrativo y político, pero ninguno de ellos ha sido legitimado por el voto).

A partir de entonces, me dediqué a disfrutar de la cordialidad y bondades del asado del dueño de casa, las atenciones de mi esforzado anfitrión y, especialmente, a observar con atención la dinámica del grupo.

Dado lo perimido del encono, un preámbulo o rodeo de lo que se narra podría iniciarse con un entorno de situación. El Subsecretario de Cultura y Educación (músico de profesión y pelilargo de promediados cuarenta, de intrépido azabache en su cabellera, y como diría Nicky Márquez, “amuletos, tatuajes plebeyos y un sinfín de chucherías”) al igual que el Secretario de Gobierno y Relaciones Institucionales no escatimaron energías en proclamas personales: “zurditos” y animados agoreros del fracaso del actual presidente argentino, al tiempo que festejaban la vana imagen de rebeldía y ejemplo de sacrificio personal por la noble causa de Guevara. Quizás, lo que hubiese sido una simple descripción de corte tragicómico se oscurece definitivamente ante los gravísimos incidentes ocurridos el lunes 18 de diciembre frente la Cámara de Diputados de la Nación. Una escena de máxima tensión e inusitada violencia entre manifestantes K y de izquierda, con la Policía, con 162 heridos y 60 detenidos: ¡una vergüenza!

Seguramente, los funcionarios desconocen que el Che o “el Carnicero de la Cabaña” es reconocido por haber ordenado y ejecutado a todos sus disidentes políticos, encarcelado a los homosexuales; además de restringir con suma dureza la prensa independiente y tratar de prohibir el rock and roll, solo para contextualizar a sus devotos.

Nada mejor que un pariente para describir los lazos de sangre, Alberto Benegas Lynch (h) nos ilustra con un enfoque intrafamiliar del personaje: “En mi familia se ha hablado bastante del Che, ya que mi padre era primo hermano del suyo”... “De entrada este revolucionario nato reveló cierta inclinación por el incumplimiento de la palabra empeñada, puesto que le prometió a su primera novia que saldría a comprar cigarrillos y nunca más volvió”… “Esperemos que los que siguen usando lo símbolos del Che como una gracia perciban que se trata de la humorada más lúgubre, mórbida y patética de cuantas se le pueden ocurrir a un ser humano. Es lo mismo que ostentar la imagen de la tenebrosa cruz esvástica como señal de paz”.

El auto es Doctor en Economía y Máster en Economía y Administración de Empresas (ESEADE), Lic. en Economía (UCALP), profesor titular e investigador en la Universidad Católica de La Plata y egresado de la Escuela Naval Militar.

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