Desarrollar armonía en entornos intolerantes
En los últimos años la violencia se ha tornado un tema de conversación obligado en las reuniones familiares o de amigos. Pasamos no pocos minutos de nuestro tiempo debatiendo sobre este tópico partiendo de la base de frases tales como: “Ya no podemos vivir así”; “Antes las cosas se manejaban de manera distinta”; “Hasta en la televisión todo es violencia”.
Esta manifestación de la vida cotidiana que se encuentra latente en cada momento de nuestra vida, se hace presente también a la hora de negociar con los distintos agentes con los que interactuamos cotidianamente.
El motivo por el cual nos comunicamos de forma violenta estriba en que nos hemos vuelto más compulsivos y permitido invadir el límite del respeto hacia nuestros interlocutores.
Para poder cambiar estas formas viciadas, existe una receta que nos ayudará a obtener muy buenos resultados en nuestras negociaciones y, sin duda alguna, contribuirá a mejorar nuestra calidad de vida. Esta receta, como decía, consta de tres ingredientes, que bien administrados, provocarán la sorpresa y adhesión de aquellos con los que nos relacionamos. Ellos son:
Reflexionar: Analizar nuestros paradigmas y prejuicios para entender que no es lo que está ocurriendo ni nuestra comunidad la que tiene que cambiar, sino nuestra forma de interactuar.
Sentir: Poder definir acertádamente lo que sentimos, aquello que nos hace un nudo en el estómago, para poder neutralizar las emociones y reacciones que no aportan o no generan valor en las relaciones.
Sabiduría para pedir: Si identificamos lo que nos hace mal y que afecta nuestros sentimientos, seamos sabios para poder expresar a los demás lo que necesitamos y hacerles saber aquello que vulnera nuestra paz interior.
Siempre expreso en mis charlas sobre estrategia que no podemos ocultar nuestros sentimientos eternamente cargando un escudo que nos proteja del entorno y nos blinde de mostrarnos como realmente somos: “sensibles y racionales”. Nunca he leído sobre soldado alguno que haya cargado el suyo, cualquiera sea su forma y concepción, durante toda su vida.