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Hola; ¿Hay alguién ahí?


Como casi siempre, la estrategia de lo sencillo y lo conocido nos conduce al éxito, solo nos falta aplicarlo; claro está que depende de encontrar algunas respuestas a determinados y simples interrogantes que en la actualidad se presentan, por lo menos controvertidos en nuestra lógica involutiva propulsada por muchos que etiquetan a la raza humana como en constante evolución sin indicar respecto de qué, quién, dónde, cuándo o explicar siquiera por qué.

Esos interrogantes son:

  1. ¿Cuánto estamos dispuestos a retroceder para avanzar?

  2. ¿Cuánto estamos dispuestos a rebajarnos para estar a la altura de las circunstancias?

  3. ¿Cuánto estamos dispuestos a dejar de oir para comenzar a escuchar?

  4. ¿Cuánto estamos dispuestos a conciliar para dejar de arrastrar partidas pendientes?

  5. ¿Cuánto estamos dispuestos a dejar de dormir para comenzar a descansar?

  6. ¿Cuánto estamos dispuestos a desnudarnos del amianto que nos aísla para comenzar a sentir?

  7. ¿Cuánto estamos dispuestos a ceder para ganar?

  8. ¿Cuánto estamos dispuestos a ceder del poder para, verdaderamente, poder hacer y ser libres?

  9. ¿Cuánto estamos dispuestos a conformarnos con lo que tenemos para ganar más espacio?

  10. ¿Cuánto estamos dispuestos a dejar de ostentar títulos para mostrar nuestra educación?

Podría agregar un montón más de preguntas, aunque siempre, buscando una solución simple, resumiré todas en una: ¿Cuánto estamos dispuestos a estar dispuestos?

Estar dispuestos a estar dispuestos comienza por tener casi nada de voluntad y poner en ejercicio, como parte de nuestros usos y costumbres dialécticos, una simple palabra despojada de toda etiqueta y que sirve para producir acercamiento amigable y, por cierto, descontracturante.

La invitada a la boca de todos es la palabra HOLA.

Muchas veces me pregunto qué pasaría si todos, durante un mes, nos pusiéramos de acuerdo y saludáramos a quienes se nos cruzan o presentan con un HOLA.

Desde chicos es una de las primeras palabras que aprendemos, y, sin embargo, la usamos muy poco de adultos. En nuestro apuro desmedido por hacer cosas que nos conduzcan al infinito (o sea a la nada misma), ya casi no tenemos tiempo para ofrecer este elemental gesto de cortesía amigable y hasta simpático.

Es una lástima que no lo hagamos siempre dado que decir “hola” es más que un simple saludo. Es ni más ni menos que un reconocimiento hacia el otro, hacia su existencia. Aunque breve, es una pausa que los seres humanos hacemos para afirmar el valor del otro, generando adicionalmente una fuerte empatía ya que es una palabra que nos suena desde nuestros primeros pasos por la vida.

Cómo cambiaría nuestro entorno si lográramos instalar en la comunidad esta palabra. Es que es tan rara la cordialidad que cuando la ejercemos desarmamos a nuestro interlocutor.

Cuando el “hola” aparece, se despierta la vocación de servicio y amanece la productividad comunitaria producto de la generación de fuerza inercial a partir de la empatía y simpatía.

Si miramos a nuestro alrededor notaremos que las personas menos atendidas son las más amigables. Los ancianos, los indigentes, los que consideramos “raros”, reaccionan con más amabilidad. Esto se debe a que están acostumbrados a sentir la ley del hielo y cualquier señal de atención los alegra y vuelve afectuosos.

Un “hola”, por reconocer la existencia del otro, habla de respeto y éste, genera respeto.

Dicho esto… ¿Cuándo empezás tu ejercicio?

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